miércoles, 22 de octubre de 2008
Inauguración de mi exposición el 17 Octubre 2008
Texto de Rosa Cáceres sobre “Paisaje urbano”.
Antonio Verdú Asís, pintor de la luz.
Ayer, 17 de octubre de 2008, se inauguró en la Sala de Exposiciones Gregorio García Sánchez, de Torre Pacheco, la exposición Paisaje Urbano del pintor Antonio Verdú Asís. Me había invitado el propio pintor, que ha tenido la deferencia de incluir unas líneas mías sobre su obra en el programa de Caja Murcia. Estas líneas mías son fiel reflejo de la admiración que profeso a su obra, y dicen así:
Sus paisaje, magistralmente recreados en sus lienzos, son el exponente del amor que el pintor siente por ellos. Me admira la plasticidad de sus obras, que hace casi palpables las imágenes representadas, dotándolas de vida gracias a la fluidez técnica de la que este artista hace gala y que es propia de una mano hecha a acariciar el paisaje, trasladándolo de la realidad al arte figurativo más depurado. Cada uno de sus cuadros certifica que Antonio Verdú Asís es un verdadero pintor, un pintor de Molina de Segura, un pintor del mundo.
Asistir a un evento cultural protagonizado por él fue, por tanto, toda una experiencia gozosa para mí e imagino que para todos los que allí nos reunimos alrededor del artista. La razón es que tuvimos el privilegio de extasiarnos ante 21 lienzos de una vez, todos tan cautivadores en su interpretación del paisaje urbano que no se sabía a cuál de ellos dirigir la atención, pues la mirada ansiaba abarcarlos todos para saborearlos con fruición estética, así como el que se encuentra ante una mesa surtida de delicadezas apetitosas va degustando una y después otra, para retornar al punto a la primera que degustó y abandonarla a su vez por la segunda o la tercera o quién sabe cuál. Si se dice que se come también con la vista, habrá que imaginar lo que es apreciar un arte plástico como la pintura, entonces sí que se mira la obra y se come -permítanme la metáfora- con la vista. Pero también se mira con los ojos de la sensibilidad, que son los que nos hacen disfrutar más y mejor cuanto más avezados estén a demorarse en la belleza que sólo puede crear un artista, un demiurgo de lo inaprensible con la mera mirada, y aprensible, sin embargo, con la chispa divina de la inteligencia humana.
Después de esta disquisición inicial sobre el arte pictórico, me permitiré opinar sobre la exposición, aunque forzosamente, lo haré desde mi particular perspectiva, lo cual significa que expondré, como el pintor expone sus lienzos, el efecto que me produjeron a mí, pues que yo no sé expresarme más que “Con el corazón en la mano”, tal como reza el título de este humilde blog que escribo.
Al entrar en la sala lo primero que experimenté fue auténtico deslumbramiento, y empleo el término en todas sus acepciones, pero especialmente en la que dice que deslumbramiento es la turbación de la vista por una luz repentina, pues eso exactamente fue lo que me sucedió: que los lienzos expuestos, sin el aditamento de marcos ni molduras de ninguna clase, me dejaron admirada (otra acepción) y me produjeron una gran impresión con su exceso de lujo (otra acepción más). Y es que no hay mayor lujo para la mirada que la belleza sublimada en arte, en este caso en el arte admirable y luminoso del pintor Antonio Verdú Asís.
La luz de los lienzos de Verdú Asís es la misma que la que alegra el ánimo desde las obras de Joaquín Sorolla, y es que ambos son pintores de la luz mediterránea, no la inventan, claro está, la luz nos la da el sol, pero hacen algo casi imposible: apresarla con sus pinceles y encadenarla- gloriosamente libre, paradójicamente- a sus telas para gozo y disfrute de los que tengan la suerte de contemplarlas.
La muestra de Paisaje Urbano consta de 21 lienzos, 14 de ellos de formato vertical y los 7 restantes de formato apaisado, todos ellos de buen tamaño. Creo que conté tres obras cuyo motivo era Venecia y otro más con motivo parisino, Notre Dame, concretamente, que sirve de presentación al cartel y al programa de la exposición. En el resto los paisajes eran de Murcia capital, excepto uno sobre Mula y otro sobre el Monasterio de los Jerónimos, en Guadalupe.
Sería interminable describir lo que cada una de estas obras, y todas en conjunto, me inspiraron. Sentí que comprendía y compartía el punto de vista del autor de tales maravillas y -pueden creerme- eso es lo más satisfactorio que puede experimentar el que se acerca a cualquier obra artística. Supe -y lo confirme preguntándoselo al propio pintor- que había buscado la diferencia de perspectivas de un mismo motivo (la torre de la catedral, su imafronte, el arco de Santo Domingo, el Puente Viejo) no sólo a través del encuadre escogido, sino de la hora del día en que la mirada los percibe.
Así, contemplamos el imafronte o fachada de la catedral de Murcia hacia las seis de la tarde, con pequeños grupos de turistas que la admiran, ya bajo la sombra que cae sobre ellos desde el palacio episcopal. En otro lienzo vemos la misma fachada en plena noche, pero se trata de una “Noche de orquesta”, hay un tablado alzado y unos músicos que tienen como decorado el lujo barroco del principal templo murciano. Unos focos rompen la noche y proyectan su luz sobre algunas esculturas de la fachada, sobre el medallón central, con Santa María, especialmente. Los espectadores, sentados, casi se pueden tocar. La pincelada es rápida, sin duda se trata de la obra más impresionista de toda la muestra, los tonos azules en su gama más profunda. Una maravilla.
La torre de la catedral (que los murcianos dicen a la Virgen de la Fuensanta en el himno que con los ojos de hito en hito mirando está noche y día tu santuario bendito) aparece en lienzos de formato, naturalmente, vertical en ocho de los lienzos, pero en ninguno de ellos se repite, porque el artista va dando vueltas alrededor de ella, la sobrevuela o la mira desde su base.
Técnicamente, el pintor se sirve de la sombra para representar vívidamente los contornos, y a través de la sombra atrapa las líneas que traslada a las telas. Es delicado y detallista en los motivos arquitectónicos, el espectador ve realmente (porque el pintor no deja de lado el realismo) la torre, el edificio del antiguo Hotel Victoria, el Malecón, el Puente Viejo o lo que sea cada vez, pero también es impresionista, esto se advierte en su juego de pinceladas para representar los celajes (el cielo murciano o veneciano o parisino, tan diferentes los unos de los otros) o el agua de los canales de Venecia, del majestuoso Sena o de nuestro depauperado río Segura. En los tres casos se siente temblar la superficie del agua gracias a las pinceladas rápidas en que la alternancia cromática es una constante, con toques argentados casi. El efecto es sorprendente: los cuadros tienen luz, es más, tienen su luz propia, que no es la misma para todos, sino la que e, la que corresponde en cada caso, y no otra. No se sirve el pintor de comodines que para todo sirven, a conveniencia, sino que da a cada cual lo que en verdad es suyo.
El Puente Viejo es otro paisaje urbano que halla en el pintor Verdú Asís su particular biógrafo – permítanme de nuevo que recurra a la metáfora- porque yo creo que los paisaje tienen vida, claro que sí, a decir verdad, creo que tienen vidas, porque atesoran las de todos aquellos que los contemplaron o transitaron. Y aquí está nuestro puente visto desde los Molinos del Río con el viejo edificio de ladrillo rojo del Hotel Victoria y el mercado de Verónicas entrevisto al fondo, o la otra vista del Puente, vertical, que nos muestra la hornacina de la Virgen de los Peligros recibiendo la plena luz solar, expandiendo su reflejo desde el lienzo a los ojos del espectador.
La fachada del Teatro Romea, el Monasterio de los Jerónimos son alardes de representación de edificios, así como lo es de un motivo natural el lienzo del Ficus gigantesco.
Pero el pintor no puede disimular que siente preferencia por el Arco de Santo Domingo, y la plaza de igual nombre. Ahí vuela, se eleva como artista hasta cotas de genialidad. El juego de sombras en el interior del arco es magistral, hay que verlo y dejarse seducir por la imagen, reconocible para cualquiera que haya atravesado el arco, desde la plaza del santo a la del Romea.
Notre Dame es otro de los lienzos geniales del artista, quizás su preferido, puesto que es el que sirve de presentación a la exposición. Aquí dejaré hablar a otro espectador, se trata de mi marido, Javier Canales Meseguer, que conoce más que yo la Historia del Arte, la arquitectura gótica, y además conoce París, cosa que no puedo decir yo. Así es que diré de este lienzo lo que él me comentó. Según él, este es un cuadro al que las fotografías no hacen justicia, uno de esos cuadros que se han visto previamente en el programa y que uno no espera encontrar tan diferentes en la realidad, y sin embargo lo son, y para bien, porque este lienzo visto al natural deja absorto, admira, asombra. Es magnífico. Impresionista, originalísimo puesto que ofrece una perspectiva del monumento no cultivada habitualmente. En vez de representar la fachada, representa el cimborrio, la majestuosidad gótica de los arbotantes y contrafuertes. Sin duda, la fachada recibe la luz a ella dirigida, nosotros podemos verla en su reflejo, que nos deslumbra aun estando nosotros tras el edificio, y en las aguas mansas del río que corteja al prodigio gótico, tan acertadamente representado.
Eso y más dijo él. Pero yo me sentí cautivada por otro cuadro y lo confesaré sin ambages. Para mí, por su originalidad, por su genial tratamiento de la luz, el preferido fue el de la “Calle del Caño y Castillo de Mula”. Hace poco que estuve allí con mi marido, y yo, particularmente, volví a estar allí en la exposición de Antonio Verdú Asís, y no sólo estuve allí, sino que ascendí de nuevo por la pina calle del cuadro y recibí el sol en pleno rostro al llegar al final, a la plazuela de la alta iglesia, a pesar de que la sala de exposiciones estaba en Torre Pacheco y eran las ocho de la tarde, noche ya en esta época del año. No se puede decir más de un cuadro, al menos yo no puedo, si es que se quiere hablar con el corazón y con la sensibilidad de par en par, como a mí me gusta hablar. Tecnicismos aparte, el cuadró me encantó. Pero es que también tengo que referirme a la técnica, y técnicamente el lienzo es genial. Visto de lejos, con la adecuada perspectiva, el cuadro posee luz propia. A mí me hacía el efecto de uno de esos cuadros a través de los que se transparenta una luz colocada tras ellos. Pero no era eso, desde luego, sino el sol, el propio sol que se había colado en el óleo del artista y se derramaba dulcemente sobre las murallas impertérritas del castillo, sin más, para besar con delectación esta vez la fachada y la torre de la iglesia, al final de la cuesta empinada que hay que subir para llegar a ella. La calle, estrecha y por lo tanto con sombra, muestra sus fachadas, en tonos ocres, azul, rojizo, un escenario multicromático que desemboca en la explosión luminosa del fondo, que domina el lienzo como si fuese su corazón y su razón de ser.
Creo que estos cuadros reflejan tanto los paisajes como el paisaje interior del artista, a través de su mirada que se apropia como nadie de la luz. Prometeo dio el fuego de los dioses a los hombres. Antonio Verdú Asís, como un nuevo Prometeo del arte, nos ofrece la luz, la ha atrapado con su pincel para darla a los que se acerquen a sus cuadros.
Para terminar, un consejo: no dejen de ver la exposición, se perderían una auténtica maravilla.
Rosa María Eugenia Cáceres Hidalgo de Cisneros
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